Todos los niños del pueblo querían montar en el tiovivo.» ¿Qué tendrá este tiovivo cochambroso?», se preguntaban todos los adultos.

Un día, un anciano acompañó a su nietecita al tiovivo. ¡Y se montó también! A partir de ahí empezó la magia. ¡Una aventura maravillosa! Y, hoy en día, tan sólo este ancianito sabe por qué todas y todos los peques quieren subir una y otra vez en el tiovivo.

Porque, a menudo, la forma más rápida de saber qué piensan y sienten los demás es… ¡unirse a ellos y recorrer juntos el camino!

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